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2019
Descubriendo el campo
Yosmar Graciela Parra Benitez
Llegamos a una finca todos muy emocionados por pasar un día diferente. La finca, como todas las fincas por esa zona, una muy amplia extensión de tierra, donde puedes encontrar gran variedad de flores, pasto e insectos, a lo lejos se escucha el mugido de las vacas y becerros y el balido de los ovejos. El sol es muy radiante, pareciera que estas más cerca de él que en cualquier otra parte de la tierra; el color verde del pasto y de las hojas de los árboles es muy intenso y brillante. Cada flor tiene muy definido su color que precisa la vitalidad de la misma. Parece un paisaje dibujado por un niño, con colores muy específicos y el sol sonriente y resplandeciente.
 
Entre tanto esplendor llegamos a la casa de la finca. Una casa con amplios corredores, chinchorros colgados, mecedores y plantas frutales alrededor. Sin embargo, lo más llamativo para los niños y para todos, es la piscina, tan azul y fresca que reconforta a cualquiera con ese clima tan caluroso. Éramos seis familias invitadas, más los anfitriones, todas con niños entre 8 y 4 años. Unas familias ya nos conocíamos de antes, otras no. Al llegar todos los niños (menos uno) se apuraron a cambiarse de ropa, colocarse el traje de baño y agobiados por el calor se fueron a bañar a la piscina. Entre gritos y chapuzones todos disfrutaban del momento. Pero faltaba uno.
 
Se trataba de Nikki, los otros niños en medio de tanta emoción, no se daban cuenta que había uno por fuera. Cada adulto trató de invitarlo a la piscina, pero él los ignoraba, parecía no escucharlos, ni siquiera los miraba. Sus padres reservados, no insistían en llamarlo. Al principio Nikki, parecía estar como atormentado por tantas cosas, se tapaba los oídos y se trataba de alejar al lugar más tranquilo de los alrededores de la casa. Su madre sin perderlo de vista lo dejaba, a veces lo llamaba y le decía no te vayas lejos, papá y yo estamos aquí.
 
De pronto, me acerque a donde estaba Nikki y sin mediar palabra, me di cuenta que estaba recolectando flores, tome una roja y se la entregue, me ignoró. Luego me di cuenta que solo tomaba las flores amarillas, encontré una y se la entregué, la aceptó. Así comenzamos a acercarnos, entre los dos recolectamos muchas flores amarillas y comencé a hablarle. En ese momento, me dijo que le gustaban las flores amarillas, le propuse que buscáramos mariposas amarillas y me dijo que era difícil encontrar mariposas solo amarillas, que buscáramos mariposas de cualquier color. Luego perseguimos lagartijas de múltiples colores y le pregunté que por qué no se bañaba en la piscina, a lo que me respondió: tengo muchas cosas que buscar aquí en el campo.
 
Dos de los niños más grandes, se dieron cuenta de lo que estábamos haciendo y se unieron a nosotros, cada uno proponía lo que debíamos buscar y lo buscábamos. Nikki estaba muy interesado y a gusto proponía y/o buscaba lo que otros también decían. Así pasaron las horas, otros niños se unían a la expedición, algunos iban y venían. Yo me retiré y me incorporé al grupo de adultos. Nikki a ratos me ubicaba y me enseñaba lo nuevo que descubría y volvía a su búsqueda, a veces sólo, a veces con los niños.
   
Lo mejor del día fue la despedida, adiós Nikki, le dije, me encanto conocerte y compartir contigo. Sin mirarme me respondió, chao, otro día venimos a buscar más cosas en el campo.