Tener mi diagnóstico de autismo en la adultez se sintió como esa parte de la novela donde la protagonista descubre cual es su origen. Ese momento en que se le revela su identidad. Para hablar de este proceso de reconocimiento me gusta usar el término: anagnórisis, que era el que usaban los griegos para describir ese instante en la tragedia en que el personaje descubre una verdad sobre sí mismo.
Cada persona vive de forma diferente el diagnóstico. Para quienes lo descubrimos en la adultez es, sin duda, vertiginoso. Pueden venir momentos de frustración por no haberlo sabido antes, y otros de alegría por empezar a comprender. En mi caso, fue el inicio de muchas respuestas. El autismo se convirtió en un interés profundo y la comunidad autista en mi familia de cisnes, como en el cuento del patito feo.
Siento que en la medida en que comprendo y acepto mi manera de procesar lo sensorial, lo cognitivo y lo emocional, voy adquiriendo herramientas para mejorar mi calidad de vida. Esta fue una de la razones que me llevo hacer el Diplomado Cooperativo en Autismo con la Red para Crecer. No solo me ha ayudado a entenderme, también me ha dado herramientas para brindar apoyo a otras personas dentro del espectro y a sus familiares. Un camino que apenas comienza.
Me sorprende que sepamos tan poco de autismo que muchas personas pasamos nuestra vida sin sospechar que los somos. Por esto, decidí sumarme a las voces autivistas. Urge sensibilizar sobre este tema para tener espacios educativos, laborales y entornos adaptados a las neurodivergencias. No me parece justo que siempre seamos las personas autistas quienes debamos suprimir nuestra identidad para encajar en un mundo que no está hecho a nuestra medida. Es irónico que se diga que somos inflexibles, cuando a la sociedad le cuesta tanto tolerar y respetar lo que desconoce y no forma parte de la mayoría. Uno de los problemas de descubrir que eres autista siendo una mujer adulta es que muchos de los profesionales de la salud no tienen las herramientas para identificarlo. Aun persiste el sesgo de género y falsas creencias como que las personas autistas no tenemos empatía, no podemos tener amigos, o mirar a los ojos. Algunos no saben que con los apoyos necesarios llegamos a desarrollar estas habilidades. Afortunadamente encontré a una persona actualizada en autismo y con las herramientas necesarias para la detección en mi ciudad: Mérida, Venezuela. Me refiero a Martha Olivera. Las sesiones para el diagnóstico fueron para mí una terapia en sí mismas, pues me sentí validada.
Cuando te das cuenta de que eres autista comienzas a mirar el cuento de tu propia vida desde una nueva perspectiva. En lo personal, aunque no tuve un diagnostico temprano, reconozco que fui afortunada por varias razones. Una de ellas es que tuve apoyo psicopedagógico en mi niñez. También pude estudiar en un colegio llamado Valle Abierto, que se inspiro en metodologías como las de Montessori y Doman. El aprendizaje estaba lleno de experiencias prácticas y podías profundizar sin límites en tus temas de interés. Otra fortaleza fue que tuve una familia que me apoyo a seguir mi vocación.
A los 10 años decidí ser cuentas cuentos. Desarrollarme en las artes escénicas me ayudo a adquirir habilidades sociales. Creo que no fue por azar que empecé a tener amigas después de hacer mi primer taller de narración oral. El teatro, también me ha vinculado con técnicas como la danza y el yoga que me han ayudado a mejorar la propiocepción, interocepción y el sentido vestibular. Estas técnicas también me han dado herramientas para disminuir la ansiedad, algo que lamentablemente suele ser común en el autismo, posiblemente por la falta de ajustes y apoyos.
Considero que todas estas circunstancias favorables que me permitieron ser quien soy, son, lamentablemente, privilegios y deberían ser derechos. No puedo dejar de pensar en todas las barreras y dificultades que viven las personas autistas, con o sin diagnóstico, en el sistema educativo convencional: donde rara vez se toman en cuenta nuestros intereses, nuestras necesidades sensoriales, de anticipación, de estructura, nuestras maneras de interactuar, nuestros ritmos.
En la medida que las personas comprendan de que se trata el autismo tendremos entornos más amables y una convivencia armoniosa. El arte es una herramienta fundamental para conseguirlo, ya que va directamente a la sensibilidad, además de ser un puente de comunicación. Esto lo he podido constatar en los 20 años que tengo trabajando con Soma Teatro. No solo al ver como personas neurodivergentes se integran en nuestros espacios formativos, también al intercambiar con el público. Nuestras historias son una invitación para reflexionar sobre nuestro origen, nuestra identidad para preguntarnos sobre quienes somos y para donde vamos. Buscamos crear espacios de reflexión y tolerancia. Seguiré usando estas herramientas, así que colorín colorado este cuento no ha terminado.
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